
Aparecidos en un ambiente gélido a más de 6.700 metros de altura, hace más de una década, los cuerpos de los tres niños fueron sacrificados para favorecer los designios de los dioses incas. A pesar de su magnífica conservación, la que murieron es todavía un enigma.
El mes de marzo del año 1999 los telediarios de todo el mundo se hacían eco de una noticia estremecedora. Un equipo de investigadores estadounidenses, peruanos y argentinos había descubierto, a un metro y medio por debajo del suelo de la cumbre del volcán Llullaillaco (Argentina), a 6.700 m de altitud, los restos de tres niños incas sacrificados hace unos 500 años. Las imágenes de los tres cuerpos envueltos en fardos de tela perfectamente conservados dieron la vuelta al mundo. Más sorprendente fue su estudio posterior en el laboratorio.
En unas condicionesde conservación óptimas, la Niña del Rayo (llamada así porque tras su muerte fue atravesada por un rayo), de unos seis años, la Doncella, una joven de unos 15 años, y el Niño, de siete, parecían estar realmente dormidos, esperando a que alguien les despertara de su sueño centenario. Los cuerpos se encontraron en una plataforma de 10 x 6 m ubicada en un promontorio visible de la cumbre y protegida por muros de contención. En ella aparecieron las tres tumbas excavadas en la roca de la montaña, el yacimiento arqueológico más alto del mundo. Antes de todo esto el volcán Llullaillaco ya era conocido por otros hallazgos efectuados a menor altura. En su base, a 4.900 m de altura, hubo un enterramiento, hoy saqueado por guaqueros. Y a 5.200 m de altura se descubrió un tambo, una especie de albergue inca –empleado como los modernos campamentos base o refugios de los montañeros–, que conserva perfectamente las paredes y las vigas del techo.
Arqueología extrema
El descubrimiento de las citadas momias fue realizado por el antropólogo JohanReinhard y un equipo internacional de montañeros y arqueólogos, todos auspiciados por la prestigiosa Nacional Geographic Society. La campaña duró menos de dos semanas, durante las cuales se exploró una amplia superficie cercana a la cima del volcán en condiciones extremas: vientos de 100 km por hora y temperaturas inferiores a -20ºC. Es sorprendente imaginar cómo un equipo científico puede desarrollar su trabajo en condiciones tan adversas, pero lo es mucho más pensar cómo los incas de hace cinco siglos consiguieron llegar hasta allí sin la ayuda de los sofisticados medios con los que cuentan los modernos exploradores. El Llullaillaco es un volcán nevado que se encuentra en la provincia de Salta, al norte de Argentina, muy cerca de la frontera con Chile. Al igual que sucede con otros enclaves andinos, su extrema altitud lo convierte en un lugar idóneo para ofrecer a la Naturaleza diversos sacrificios y rituales. La muerte de los niños ha sido relacionada con la ceremonia de la capacocha u “obligación real”. Para su celebración los caciques del imperio enviaban a sus mejores hijos a Cuzco para afianzar por medio de rituales la unión de los pueblos incas. De vuelta a su territorio, los pequeños ascendían a las montañas más altas para ser sacrificados en la creencia de que así emprendían un viaje espiritual para encontrarse con sus ancestros. Eran ataviados con las mejores ropas y ajuares y depositados, completamente embriagados, en pequeños pozos, tal y como aparecieron los pequeños del Llullaillaco.
Los niños, en vida
El alto grado de conservación de los tres pequeños ha permitido realizar investigaciones sorprendentes en la última década. Sus cuerpos han sido sometidos a radiografías, tomografías axiales computerizadas y análisis de ADN. Esto ha permitido saber que no había relación de parentesco entre ellos y que la Doncella, la mayor, padecía una enfermedad de los bronquios. Aunque resulte extraño para nuestra mentalidad moderna, los niños del Llullaillaco no fueron separados ni arrancados de ninguna familia, ya que desde su nacimiento estaban destinados, con el consentimiento de sus progenitores, al culto al dios volcán para el beneficio de la comunidad. Por ello se les proveyó de todo tipo de parabienes con el fin de que realizaran el viaje espiritual para encontrarse con sus antepasados de la mejor de las maneras. Los textiles y los objetos que portaban los pequeños eran de una calidad extraordinaria. Había chuspas (bolsas) confeccionadas con alpaca que contenían maíz, papas deshidratadas, hojas de coca y charqui (carne salada y secada al sol), además de sandalias de cuero o ushutas, gar- gantillas y aros hechos con conchas marinas provenientes del océano Pacífico, mantos de vivos colores y con una decoración geométrica y piezas de madera y cerámica con diseños exquisitos. A todo esto hay que sumar el tesoro formado por más de 100 figuras de oro y plata de entre 5 y 20 cm cubiertas con tocados de plumas típicos de la región de la Amazonía.
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